Este texto es muy personal. Me ha rondado varios días.
Por eso mismo quiero contarlo aquí.
Vi “La memoria infinita”, el documental de Maite Alberdi sobre la relación de amor y cuidado que mantuvieron Paulina Urrutia y Augusto Góngora, la mañana del 17 de agosto, en la función para la prensa, una semana antes de su estreno en cines.
Este tipo de funciones, para que se entienda el contexto, son más bien rutinarias. Rara vez la sala se llena. No es inusual que haga un poco de frío. Periodistas de distintas generaciones nos saludamos, a menudo a la distancia, y luego nos sentamos a esperar que empiece la película. Es lo más parecido a ir al cine solo a las 10 de la mañana, un día de semana.
Esa mañana, sin embargo, llegó mucha gente. La película despertaba interés, y eso se notó.
En la primera escena de “La memoria infinita”, Paulina y Augusto se despiertan para vivir un nuevo día y los vemos fuera de foco. Eso me sorprendió (al punto que me saqué los anteojos para ver si había un defecto en la proyección) antes de entender que es el recurso de Maite Alberdi para instalarnos en un mundo de recuerdos perdidos, de vaporosas evocaciones, de sensaciones que se rozan con las tinieblas.
El primer momento de emoción me alcanzó cuando, pasadas las escenas iniciales, Augusto recuerda el asesinato de José Manuel Parada. Hay numerosos detalles que él ha olvidado, pero ese acontecimiento dramático de 1985 -que marcó la historia de Chile y a una generación completa- permanece vivo en su memoria y traspasa la pantalla para hacernos compartir lo que siente en su corazón.
El cine es un maravilloso arte mimético, un formidable espejo de nosotros mismos, capaz de conectar con lo que tenemos registrado en forma consciente y con lo que no. Con lo que recordamos con facilidad y con lo que está escondido en la zona oscura de la mente, que de repente y sin aviso, se gatilla como un chispazo estremecedor.
La reacción emocionada de Augusto a ese recuerdo cambió completamente mi relación con la película.
Desde ese instante, “La memoria infinita” me habló de mi propia vida hasta el último de sus 84 minutos de duración.
Mi mamá, doña Gladys de las Mercedes, falleció el 30 de noviembre de 2020 y durante el último año y medio de su vida vivió un proceso muy similar al de Augusto Góngora. Se lo olvidaron muchas cosas, vivencias antiguas afloraron imparables, e incluso en la noche le venían sensaciones similares de angustia, con esa inquietud creciente de sentirse en un lugar extraño y desconocido, lejos de sus personas más queridas.
Lo que mi mamá nunca perdió fueron la sonrisa y las ganas de bailar conmigo esas canciones de su juventud que tanto le gustaban.
Pocas veces he sentido que una película reflejara una emoción tan profunda y conmovedora a nivel personal.
Mi papá partió hace un poco más de cinco meses, a los 90 años de edad, en marzo pasado. El último año estuve a cargo de su cuidado (con la valiosa ayuda de dos personas, a quienes agradezco cada día).
Y si bien don René siempre mantuvo la lucidez y no tuvo enfermedades graves ni dolores físicos, empezó a sentirse progresivamente más débil y al final se movía con enorme esfuerzo.
Hay una escena de “La memoria infinita” en que Paulina le pide a Augusto que abra los ojos mientras camina que es exactamente lo que viví con mi papá. Idéntico.
El cuidado es sanador, como nada en este mundo. Cuidar mejora tu vida.
Así lo comprendemos mientras observamos cada uno de los actos cotidianos llenos de amor de Paulina. En mi caso, lo aprendí gracias a los momentos que me tocó vivir estos últimos años con mi mamá y mi papá. Recordé cada uno de ellos mientras miraba la pantalla.
“La memoria infinita” había ejercido sobre mí todo su poder catártico.
No tengo que contarles que salí conmovido de esa sala de cine en La Reina. Me tomó un tiempo recuperarme para emprender el regreso a casa.
En los días siguientes, sentí que me había ayudado a dejar atrás un prolongado duelo.
Sentí también que solo una gran película puede lograr algo así.
En la verdad, está la vida. No todos nos atrevemos a abrir el corazón de esa manera. Gracias René por compartir estas emociones tan personales. Muchos cariños!
Mon Cher René, gracias por este comentario personal... Je t'embrasse