“Misión imposible: Sentencia final - Parte Uno” arrasa en la taquilla mundial y el público la aplaude mientras la ubica en el pedestal de la mejor película de las siete que se han realizado.
La película cuenta con indudables méritos para este reconocimiento. Tiene un estructura muy bien delineada, con un prólogo submarino de lujo, y luego tres actos trepidantes en locaciones bien situadas geográficamente, como las laberínticas calles de Roma y el Palacio Ducal de Venecia, además de un tren que surca a toda velocidad las montañas europeas.
La acción, que no da tregua en más de dos horas y media, se organiza en torno a la lucha contra un enemigo muy actual que le resulta despreciable a Tom Cruise: La Inteligencia Artificial. Ese cerebro no humano omnipresente (que hoy está en el centro de la polémica mundial a raíz de ChatGPT y otras apps) y que quiere controlarlo todo de forma despiadada, es esta vez el enconado rival de Ethan Hunt y su equipo.
La metáfora es directa. Cruise rechaza el artilugio digital, lo ve como la mayor amenaza actual para la Humanidad y está dispuesto a apostar todo por un cine que recupere lo humano (Ethan se muestra muy vulnerable en esta cinta) y la verdad que hay en el cuerpo de actores y actrices, más allá de las máscaras y los engaños.
Tom Cruise controla de principio a fin esta saga-obús del entretenimiento global. Él es el productor, el protagonista, el que realiza las proezas físicas más asombrosas y el que decide a quién se le cuenta la historia.
Y se rige por un principio que no transa. Lo dice una y otra vez en sus entrevistas: “Yo hago mis películas para el público”. Y esas películas, repite también Cruise, “están hechas para ser vistas en cines”.
Público y salas de cine. Como ninguna otra figura de Hollywood, Tom Cruise ha dejado claro que en esto no se pierde, y que hace sus películas para que la gente se entretenga y las disfrute, en un ritual colectivo que es incompatible con el streaming.
Cruise es hoy señalado como el salvador de la industria del cine. El mismo Steven Spielberg se lo dijo directamente en la pasada entrega de los premios Oscar: “Salvaste a Hollywood”. Esa salvación, Tom la logró a través de “Top Gun: Maverick”, cinta que debía estrenar en ese 2020 de pandemia a través de las plataformas digitales y que él prefirió guardar dos años, hasta que los cines reabrieron a pleno en 2022. El público estuvo con él y lo premió con una recaudación global de 1.500 millones de dólares.
Tom Cruise vive el cine como en un religión. Le apasiona actuar y producir sus películas, y también pagar la entrada para verlas en las salas, de incógnito, con la gente. También va a ver cintas que no son suyas durante los fines de semana de estreno, como reveló él mismo en Instagram, entrada en mano para ver la quinta entrega de “Indiana Jones”.
Le complace sentir la reacción del público en cada escena, las risas, las exclamaciones y los silencios (en EEUU las audiencias reaccionan en forma expresiva ante lo que pasa en la pantalla), y tiene la convicción de que la vida del cine se juega ahí. En la oscuridad de la sala, en la relación con el público, en la emoción de participar en el gran rito de nuestro tiempo.
Y Tom Cruise -que no por nada lleva 40 años haciendo películas- sabe que para que este rito pueda cristalizar, para que los corazones de los espectadores palpiten al unísono, él tiene que ofrecer todo lo que tiene en cada minuto del filme. Incluso su vida.
Como si protagonizar una película fuera un acto sacrificial, Cruise entiende que debe poner su propia vida en juego. Por eso no usa dobles y realiza por sí mismo las peripecias más arriesgadas. Su apuesta es la entrega total a los dioses.
Si hay que saltar sobre una moto desde un acantilado a los 60 años de edad, Tom Cruise salta. Y como quiere que la toma quede perfecta, se tira 8 veces. “Fue peligroso”, responde escuetamente cuando le preguntan por ese momento ya célebre de cinematográfico arrojo.
La comunión ritual del cine exige que quien la protagoniza vaya hasta el límite de sus fuerzas, que ponga su vida en riesgo. Sin sacrificio, no hay verdad en la historia; tampoco emoción duradera en la pantalla.
Sin el héroe en riesgo real de muerte, la misa no está completa.
Es casualidad que la llave sobre cuya búsqueda gira el argumento de “Misión imposible 7” tenga forma de cruz?
Alguien dijo “Hitchcock”?
A propósito de la llave. En “Misión imposible 7”, este objeto desempeña lo que el maestro Alfred Hitchcock denominaba un “MacGuffin”. Esto ses, una suerte de señuelo detrás del cual corren los personajes y que hace avanzar la historia, pero que en realidad no es lo importante de la película. Es solo un pretexto narrativo.
Hitchcock dio cátedra sobre el uso de este recurso en filmes apasionantes y llenos de ideas como “Los 39 escalones” (1935), “La dama desaparece” (1938), “Notorious” (1946) e “Intriga internacional”.
A veces sucede que los realizadores de una película confunden el MacGuffin con el elemento principal de la cinta, y ahí el pastel no cuaja. Es lo que sucede en “Indiana Jones y el dial del destino”, estrenada hace un par de semanas.
De MacGuffin y de mucho más hablo en mi Curso de Apreciación Cinematográfica y en las charlas que imparto. Si quieren ver los comentarios que han escrito las personas que están participando en este curso, hagan click aquí Página de René Naranjo Sotomayor
Cléo recorre París
Este jueves 20 de julio, el ciclo dedicado a la Nouvelle Vague continúa en el CEP con la proyección (en copia restaurada de excelente calidad) de un absoluto clásico del cine francés, “Cléo de 5 a 7”.
Estrenada en abril de 1962, este es el primer largometraje de la realizadora Agnès Varda (1928-2019), quien en los años siguientes escribirá páginas relevantes del cine contemporáneo con sus películas de ficción y, sobre todo, con sus documentales a la hora de la llegada del cine digital (como la magistral “Les glaneurs et la glaneuse”, del año 2000).
“Cléo de 5 7” es una película completamente empapada del espíritu de la Nouvelle Vague. Como varios filmes de este movimiento, el relato involucra una extensa caminata por París; en este caso, la que emprende su protagonista, una joven cantante que se realiza exámenes médicos y, mientras espera con ansiedad y temor los resultados, recorre lugares emblemáticos de la capital francesa como Montparnasse y la Rue de Rivoli.
Además, Varda intenta que el tiempo de la espera de Cléo coincida con el tiempo real de la duración de la película. Por eso la filma en orden cronológico y documenta las acciones de su protagonista (tomar un café, hacer compras, ir a ver a un amante, componer un nueva canción) entre las 17 y las 18.30 horas (el filme dura 90 minutos). Seguir la vida. De eso se trata.
La función comienza a las 18.30 horas y luego tenemos una conversación con el público. Para asistir solo hay que inscribirse aquí CEP
Esta es la semana del “Barbenheimer”.
Llega el esperada jueves 20 de julio y se estrenan dos de las películas más esperadas del año: “Barbie”, de la directora Greta Gerwig (identificada con el cine independiente y nominada al Oscar por “Ladybird”), que aquí realiza su primera incursión en el cine de gran espectáculo; y “Oppenheimer”, del ambicioso realizador británico Christopher Nolan, que antes dirigió “El origen”, “El caballero de la noche” y “Dunquerque”.
La colisión en los cines de dos producciones tan diferentes ha hecho que en Hollywood se acuñe un término muy especial, el “Barbenheimer”. Por supuesto, una de las dos películas será derrotada en la taquilla, y el traspié puede ser notorio si “Misión imposible 7” (que ya recaudó 234 millones de dólares a nivel mundial) mantiene su buena asistencia en su segundo fin de semana en cartelera.
Si quieres saber más sobre este particular concepto, y lo que aquí está en juego, haz click en esta nota Qué es el Barbenheimer y qué tendencias marca en el cine?